Bandas sonoras |

En los últimos años, los estudios independientes le han comido terreno a las grandes compañías de videojuegos de una manera tan descarada que ruboriza. Hades, Kentucky Route Zero, Spiritfarer, Spelunky, Disco Elysium… Sin importar el género al que pertenezcan, sus números, críticas y hasta el palmarés obtenido desde sus lanzamientos ya lo quisieran muchos títulos de los equipos propios de Sony, Microsoft o Nintendo.  Hoy vengo a hablar del alma de tres títulos increíblemente bellos por fuera pero también por dentro. El espíritu de cada instante vivido, de cada momento para el recuerdo me lleva a su banda sonora. 

«...and we just hope we do her song justice.»
Junebug (Kentucky Route Zero, 2014)

La música de los juegos indies se ha convertido, por derecho propio, en una parte indispensable dentro de la propuesta audiovisual que nos ofrecen los títulos más modestos y con más corazón. Ojo, no hay que confundir con que las grandes compañías no merezcan el mismo respeto por sus composiciones: desde Green Hill Zone al tema principal de Uncharted, el listado de melodías que llevamos grabados a fuego es infinito. Sin embargo, el valor añadido del que disfrutan las producciones de menor presupuesto nos regala momentos más íntimos, acordes en muchos casos con la temática pero también con la libertad creativa que le ofrecen trabajos de ese corte. 

La buena respuesta entre el público se ha traducido, además, para suerte de los amantes de la música y los coleccionistas en la disposición de estos tracklist tanto en CD como vinilo. Mondo, Limited Run o iam8bit han sabido vestirlas con unas ediciones donde el arte gráfico incita a propios y extraños a hacerse con una, aunque sea solo por tenerla expuesta en su estantería o colgada de la pared.

Sirvan estas tres bandas sonoras de bálsamo para quien aterrice en ellas por primera vez, un oasis particular al que acudir cuando el día pese. La Memory Rosa* es un proyecto fundamentado en la belleza y aquí la tienen a espuertas.

Florence (Mountains, 2018) de Kevin Penkin

Florence es una visual novel sencilla y breve. Un título concebido para hacernos sentir, con un arte gráfico que es un disfrute en cada una de sus páginas… Digo, pantallas. La historia de amor entre su protagonista y el chico del violonchelo es una de las mejores experiencias del 2018. Disfruté de su propuesta en su lanzamiento para iOS y desde aquí recomiendo acercarse a ella de la misma forma: en su formato más íntimo, con la pantalla bien cerquita y los cascos/auriculares mandándonos su banda sonora al corazón.

El diálogo entre el piano y el violonchelo protagoniza gran parte de la partitura de Kevin Penkin, con unos pasajes de gran belleza que saben realzar por igual los momentos de amor efusivo y los del dolor más personal. En una historia tan cercana, tan cotidiana, de subidas y bajadas emocionales, uno acaba tarareando, sin darse cuenta, sus temas alejado de la pantalla. Ha entrado a formar parte de ti, ha estado ahí todo el tiempo sin necesidad de hacerse notar, a diferencia de la experiencia puramente interactiva y visual.

La música de Florence traslada, sin pretenderlo, a «Summer» de Joe Hisaishi y regala esa compañía cálida, necesaria en los momentos más introspectivos. 

GRIS (Nomada Studio, BlitWorks, 2018) de Berlinist

La banda sonora de Gris también comienza con un piano. Pero toda la concepción de la obra creada por el grupo Berlinist para GRIS transgrede esa intimidad antes referida, sucediendo en el tránsito entre el sentimiento personal y lo onírico. Recorrer todas las fases del duelo de la mano de Gris es realmente una odisea, una travesía por gigantescas extensiones que reafirman su dimensión cuando los ecos hacen acto de presencia en la melodía; su música se encarga de enmarcarlas de manera perfecta para que los sentimientos de la protagonista se sienten junto a ti en el sofá. 

Es curioso hablar de la serenidad o el dolor de una manera tan natural, tan verdadera, refiriéndonos a un juego del género plataformas con toques de metroidvania. Pero es así, eso es GRIS gracias al arte de Conrad Roset y Nomada Studio. Es maravilloso ser espectador del gran momento que vive el medio, disfrutar de su madurez sin complejos.

Y no me moveré ni un centímetro de mi postura ante quien debata que sería viable sin su partitura. Es la incorporación del órgano, en los tramos finales de Gris Pt.1 o Perseverance, por ejemplo, donde sientes que todo se pone boca abajo. La propia razón por la que vivir, ser Gris.

Spiritfarer (Thunder Lotus, 2020) de Max LL

El compositor Max Lacoste-Lebuis es el culpable de que mire todos los días las redes de las partes involucradas en Spiritfarer con la esperanza de conocer cuándo sale el vinilo de su Original Soundtrack

El juego me cautivó desde el primer tráiler; su revisión de la figura del barquero que acompaña a las almas en su último tránsito es fresca, emotiva y muy rica en lo jugable, donde las plataformas, el farmeo y la gestión se dan la mano de una manera muy natural. Y al igual que es mestizo en su género, lo es también en su acompañamiento sonoro, sabiendo fortalecernos en los momentos de aventura total, como cuando cruzamos el mar en nuestro barco, o arroparnos en los momentos más dramáticos donde se abren sus personajes a corazón abierto, desvelándonos sus miserias personales.

Es maravilloso escuchar cómo cada momento tiene un soniquete especial e intransferible: cuando Summer interpreta con su sitar Song of Growth para que crezcan las plantas, si se desata una tormenta o una lluvia de estrellas en la que recoger materiales, al llegar por primera vez a esa ciudad, pueblo o islita… Una lista de 40 temas tan únicos que deben formar parte cuanto antes de tu memoria sonora y ya no del mundo de los videojuegos, sino de la música en general (y si te gusta tanto como a mí, échale una oída a la de Jotun, anterior título de la gente de Thunder Lotus donde Max LL también estuvo implicado).

(*) Este artículo ha sido escrito partiendo de los conocimientos adquiridos en la asignatura de Música de mis estudios en EGB, ESO y un mes tocando la guitarra española. Y toco las palmas al compás, que eso no puede decirlo todo el mundo. Bendiciones.

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